
“Los detectives salvajes” o de la infinita dignidad artística de los caminos en medio de la nada.
Nadie sabrá más del realismo visceral que tú, si lees este libro, ni el mismísimo Arturo Belano, ni el mismísimo Ulises Lima, mucho menos Roberto Bolaños. No está escrito ni en verso libre ni en figuras complejas de poesía porque es un libro de poetas, de los que hay pocos, de poesía hay muchos, hay tantos que ya nadie los lee.
El realismo visceral no llena más que las páginas de este libro, por eso varias veces tuve la sensación que se rebalsaba de las hojas. Que solo un libro es muy mezquino. Que se merecían más testimonios. Uno o dos estantes en alguna biblioteca del DF o de Sonora, como mínimo. Una o más revistas con poemas de María Font o Jacinto Requena en alguna librería por ahí, de esas donde los real visceralistas robaban libros de poetas que vivieron y murieron antes de Cristo, en Roma o Grecia. Se merecían a algún poeta catalán recitando uno de sus poemas en un café literario de esos que quedan en la calle hospital cerquita de la plaza Cataluña, tan cerca del mar.
Ahora que el tiempo borro casi todo rastro de estos jóvenes poetas sin movimiento ni seguidores que los inmortalice. Solo “Los detectives salvajes” es testimonio de su existencia, más bien epitafio de su existencia. ¿Cuántas historias son rescatadas del olvido por la imaginación de un escritor? En este mundo los escritores no inventa nada, solo recuerdan cosas que no vivieron, historias condenadas por la humanidad al olvido, pero como el destino es más sabio que nosotros las rescata y las hace libros. Quizás con otros nombres, otras ciudades, otros años. Pero todo pasa, nada se imagina. La imposibilidad de la imaginación literaria, ¿o la imposibilidad de la inexistencia creativa?
Un libro que es casi una estatua al poeta desconocido, al ciudadano del mundo. A todos los que se merecen un libro y son olvidados en una casucha en el desierto de Sonora o se vuelven locos, o una enfermedad sin razón ni motivos se los lleva, o cambian todo por un trabajo miserable y una vida igual de miserable, también a las grandes obras de la humanidad que no se llevaron a cabo o pasaron desapercibidas. Para todos los que escriben sin publicar, pero cuando escriben están seguros que lo que hacen sirve de algo. Para los que hicieron música alguna vez. O para los que simplemente su camino creativo fue un sendero tan lejos de las carreteras de las artes modernas. Eso se llama dignidad artística.
Mientras la creatividad artística convencional es la enorme y moderna carretera que nos lleva a todos lados, a los premios y al reconociendo. Para otros, su camino creativo no es más que un simple sendero que une dos puntos perdidos en medio de la nada. Un camino que para los acostumbrados a las carreteras no tiene ningún sentido ni razón de ser. La elite artista no entiende el arte sin la “planificación”. Los real visceralistas fueron camino, un camino en medio de la nada, y unieron dos puntos irrelevantes en medio de la nada también, tan lejos de las carreteras nadie los vio ni supo de ellos. Pero recorrieron el camino, a paso firme y resuelto, como la poesía manda. En el realismo visceral nunca se escuchó la más estúpida y burguesa de las preguntas… ¿A dónde vamos?
El realismo visceral no llena más que las páginas de este libro, por eso varias veces tuve la sensación que se rebalsaba de las hojas. Que solo un libro es muy mezquino. Que se merecían más testimonios. Uno o dos estantes en alguna biblioteca del DF o de Sonora, como mínimo. Una o más revistas con poemas de María Font o Jacinto Requena en alguna librería por ahí, de esas donde los real visceralistas robaban libros de poetas que vivieron y murieron antes de Cristo, en Roma o Grecia. Se merecían a algún poeta catalán recitando uno de sus poemas en un café literario de esos que quedan en la calle hospital cerquita de la plaza Cataluña, tan cerca del mar.
Ahora que el tiempo borro casi todo rastro de estos jóvenes poetas sin movimiento ni seguidores que los inmortalice. Solo “Los detectives salvajes” es testimonio de su existencia, más bien epitafio de su existencia. ¿Cuántas historias son rescatadas del olvido por la imaginación de un escritor? En este mundo los escritores no inventa nada, solo recuerdan cosas que no vivieron, historias condenadas por la humanidad al olvido, pero como el destino es más sabio que nosotros las rescata y las hace libros. Quizás con otros nombres, otras ciudades, otros años. Pero todo pasa, nada se imagina. La imposibilidad de la imaginación literaria, ¿o la imposibilidad de la inexistencia creativa?
Un libro que es casi una estatua al poeta desconocido, al ciudadano del mundo. A todos los que se merecen un libro y son olvidados en una casucha en el desierto de Sonora o se vuelven locos, o una enfermedad sin razón ni motivos se los lleva, o cambian todo por un trabajo miserable y una vida igual de miserable, también a las grandes obras de la humanidad que no se llevaron a cabo o pasaron desapercibidas. Para todos los que escriben sin publicar, pero cuando escriben están seguros que lo que hacen sirve de algo. Para los que hicieron música alguna vez. O para los que simplemente su camino creativo fue un sendero tan lejos de las carreteras de las artes modernas. Eso se llama dignidad artística.
Mientras la creatividad artística convencional es la enorme y moderna carretera que nos lleva a todos lados, a los premios y al reconociendo. Para otros, su camino creativo no es más que un simple sendero que une dos puntos perdidos en medio de la nada. Un camino que para los acostumbrados a las carreteras no tiene ningún sentido ni razón de ser. La elite artista no entiende el arte sin la “planificación”. Los real visceralistas fueron camino, un camino en medio de la nada, y unieron dos puntos irrelevantes en medio de la nada también, tan lejos de las carreteras nadie los vio ni supo de ellos. Pero recorrieron el camino, a paso firme y resuelto, como la poesía manda. En el realismo visceral nunca se escuchó la más estúpida y burguesa de las preguntas… ¿A dónde vamos?